Bryan
había pasado en el instituto por un periodo de escepticismo. (Según
un relato, sin duda algo más que ligeramente embellecido, escribió
a Robert G. Ingersoll solicitando pertrechos pero, al recibir sólo
una pronta respuesta de su secretario, volvió inmediatamente a la
ortodoxia.) Aún así, aunque Bryan nunca apoyó la
evolución, no situó su oposición a la misma en las primeras
prioridades de su agenda; en realidad, demostró generosidad y
pluralismo evidentes hacia Darwin. En “El
Príncipe de la Paz”, un discurso que, en lo que respecta a
popularidad y frecuencia de repetición, sólo le va a la zaga a
“Cruz de Oro”, Bryan dijo:
No llevo la doctrina de la evolución tan
lejos como hacen algunos; todavía no estoy convencido de que el
hombre sea un descendiente directo de los animales inferiores. No
quiero decir que os censure si queréis aceptar la teoría … Aunque
yo no acepto la teoría darwiniana no os criticaré por ello.
(Bryan,
quien ciertamente iba de un sitio a otro, pronunció por primera vez
este discurso en 1904, y lo describió en sus obras completas como
“una conferencia pronunciada en muchas reuniones religiosas y
cursos de verano en Estados Unidos, y también en Canadá, México,
Tokio, Manila, Bombay, El Cairo y Jerusalén”.)
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